Cuando se acercaba a los trece años, mi hermano Jem sufrió una peligrosa fractura del brazo, a la altura del codo. Cuando sanó, y sus temores de que jamás podría volver a jugar fútbol se mitigaron, raras veces se acordaba de aquel percance. El brazo izquierdo le quedó algo más corto que el derecho; si estaba de pie o andaba, el dorso de la mano formaba ángulo recto con el cuerpo, el pulgar rozaba el muslo. A Jem no podía preocuparle menos, con tal de que pudiera pasar y chutar.
Cuando hubieron transcurrido años suficientes para examinarlos con mirada retrospectiva, a veces discutíamos los acontecimientos que condujeron a aquel accidente.
( Se produce una discusión, como solía ocurrir siempre)
Narrador ( Hermano Jem)
Te he repetido muchas veces que la causa de la ruptura de tu brazo siempre fue por culpa de Ewells.
Jem ( 4 años mayor)
Estas equivocado Jem. En realidad todo aquello viene de tiempo atrás, el verano que Dill vino a vernos cuando empezó a animarnos a hacer salir a Boo Radley.
Narrador
Bueno si nos ponemos a mirar todo este asunto con tanto detalle, en realidad empezó mucho antes de eso, con Andrew Jackson.
Jem
¿Con Andrew Jackson?
Narrador
Sí, si él no hubiera perseguido a los indios creek valle arriba, Simon Finch nunca hubiera llegado a Alabama, y por consiguiente, ¿Dónde estaríamos nosotros entonces?.
Jem
Creo que lo mejor será preguntar a nuestro padre que seguro que él nos dirá quien tiene razón.
Deciden ir a preguntarle a su padre, Atticus.
( Bajan las escaleras de la habitación y se dirigen a donde estaba su padre sentado en un viejo sillón.
Atticus al escuchar que entraban aparta la mirada del libro que estaba leyendo)
Atticus
¿Pero bueno, se puede saber porque no podéis tener una conversación normal, como personas civilizadas? Que se os oye desde aquí.
Jem
Lo se, siempre acabamos levantándonos la voz más de la cuenta, pero por lo que veo has podido escuchar nuestra conversación. Dinos, ¿que opinas?.
Atticus
En mi opinión ambos estáis en lo cierto.
( Se dan una serie de imágenes que resumen los siguientes hechos)
“Siendo del Sur, constituía un motivo de vergüenza para algunos miembros de la familia el hecho de que no constara que habíamos tenido antepasados en uno de los dos bandos de la Batalla de Hastings. No teníamos más que a Simon Finch, un boticario y peletero de Cornwall, cuya piedad sólo cedía el puesto a su tacañería. En Inglaterra, a Simon le irritaba la persecución de los sedicentes metodistas a manos de sus hermanos más liberales, y como Simon se daba el nombre de metodista, surcó el Atlántico hasta Filadelfia, de ahí pasó a Jamaica, de ahí a Mobile y de ahí subió a Saint Stephens. Teniendo bien presentes las estrictas normas de John Wesley sobre el uso de muchas palabras al vender y al comprar, Simon amasó una buena suma ejerciendo la Medicina, pero en este empeño fue desdichado por haber cedido a la tensión de hacer algo que no fuera para la mayor gloria de Dios, como por ejemplo, acumular oro y otras riquezas. Así, habiendo olvidado lo dicho por su maestro acerca de la posesión de instrumentos humanos, compró tres esclavos y con su ayuda fundó una heredad a orillas del río Alabama, a unas cuarenta millas más arriba de Saint Stephens. Volvió a Saint Stephens una sola vez, a buscar esposa, y con ésta estableció una dinastía que empezó con un buen número de hijas. Simon vivió hasta una edad impresionante y murió rico.
Era costumbre que los hombres de la familia se quedaran en la hacienda de Simon,
Desembarcadero de Finch, y se ganasen la vida con el algodón. La propiedad se bastaba a sí misma. Aunque modesto si se comparaba con los imperios que lo rodeaban, el Desembarcadero producía todo lo que se requiere para vivir, excepto el hielo, la harina de trigo y las prendas de vestir, que le proporcionaban las embarcaciones fluviales de Mobile.
Simon habría mirado con rabia imponente los disturbios entre el Norte y el Sur, pues éstos
dejaron a sus descendientes despojados de todo menos de sus tierras; a pesar de lo cual la tradición de vivir en ellas continuó inalterable hasta bien entrado el siglo XX, cuando mi padre, Atticus Finch, se fue a Montgomery a aprender leyes, y su hermano menor a Boston a estudiar Medicina. Su hermana Alexandra fue la Finch que se quedó en el Desembarcadero. Se casó con un hombre taciturno que se pasaba la mayor parte del tiempo tendido en una hamaca, junto al río, preguntándose si las redes de pescar tendrían ya su presa.
Cuando mi padre fue admitido en el Colegio de Abogados, regresó a Maycomb y se puso a
ejercer su carrera. Maycomb, a unas veinte millas al este del Desembarcadero de Finch, era la capital del condado de su mismo nombre. La oficina de Atticus en el edificio del juzgado contenía poco más que una percha para sombreros, un tablero de damas, una escupidera y un impoluto Código de Alabama. Sus dos primeros clientes fueron las dos últimas personas del condado de Maycomb que murieron en la horca.
( En la oficina de Atticus)
Atticus
Creo que no estáis valorando lo suficiente que el Estado está siendo demasiado generoso con vosotros al permitiros conservar vuestras vidas si os declaráis culpables. Está claro que solo si confesáis haber sido los autores de un homicidio en segundo grado.
( Voz del narrador)
“Pero eran dos Haverford, un nombre que en el condado de Maycomb es sinónimo de borrico. Los Haverford habían despachado al herrero más importante de Maycomb por un malentendido suscitado por la supuesta retención de una yegua. Fueron lo suficiente prudentes para realizar la faena delante de tres testigos y se empeñaron en que “el hijo de mala madre se lo había buscado” y que ello era defensa sobrada para cualquiera.”
Haverford ( El mas pequeño)
Nos da igual lo que diga el Estado, nosotros nos mantendremos firmes con nuestra decisión de no declararnos culpables.
Haverford ( El mayor)
El apellido de nuestra familia no será manchado de tal forma tachándonos como culpables. Prefiero morir a rendirme como un criminal.
Haverford (El mas pequeño)
Asi se habla hermano.
Atticus
Estáis cometiendo un grave error, ya que sabéis el destino que os espera, pero la decisión es vuestra…
( Voz del narrador e imágenes que resumen los siguientes hechos)
“Atticus pudo hacer poca cosa por sus clientes, excepto estar presente cuando los ejecutaron, ocasión que señaló, probablemente, el comienzo de la profunda antipatía que sentía mi padre por el cultivo del Derecho Criminal. Durante los primeros cinco años en Maycomb, Atticus practicó más que nada la economía;
luego, por espacio de otros varios años empleó sus ingresos en la educación de su hermano. John Hale Finch tenía diez años menos que mi padre, y decidió estudiar Medicina en una época en que no valía la pena cultivar algodón. Pero en seguida que tuvo a tío Jack bien encauzado, Atticus cosechó unos ingresos razonables del ejercicio de la abogacía. Le gustaba Maycomb, había nacido y se había criado en aquel condado; conocía a sus conciudadanos, y gracias a la laboriosidad de Simon Finch, Atticus estaba emparentado por sangre o por casamiento con casi todas las familias de la ciudad.
Maycomb era una población antigua, pero cuando yo la conocí por primera vez era, además, una población antigua y fatigada. En los días lluviosos las calles se convertían en un barrizal rojo; la hierba crecía en las aceras, y, en la plaza, el edificio del juzgado parecía desplomarse. De todas maneras, entonces hacía más calor; un perro negro sufría en un día de verano; unas mulas que estaban en los huesos, enganchadas a los carros Hoover, espantaban moscas a la sofocante sombra de las encinas de la plaza. A las nueve de la mañana, los cuellos duros de los hombres perdían su tersura. Las damas se bañaban antes del mediodía, después de la siesta de las tres... y al atardecer estaban ya como pastelillos blandos con incrustaciones de sudor y talco fino. Entonces la gente se movía despacio. Cruzaba cachazudamente la plaza, entraba y salía de las tiendas con paso calmoso, se tomaba su tiempo para todo. El día tenía veinticuatro horas, pero parecía más largo. Nadie tenía prisa, porque no había adonde ir, nada que comprar, ni dinero con qué comprarlo, ni nada que ver fuera de los limites del condado de Maycomb. Sin embargo, era una época de vago optimismo para algunas personas: al condado de Maycomb se le dijo que no había de
temer a nada, más que a si mismo.
Vivíamos en la mayor calle residencial de la población, Aticcus, Jem y yo, además de Calpurnia, nuestra cocinera. Jem y yo hallábamos a nuestro padre plenamente satisfactorio: jugaba con nosotros, nos leía y nos trataba con un despego cortés.
Calpurnia, en cambio, era otra cosa distinta. Era toda ángulos y huesos, miope y bizca; tenía la mano ancha como un madero de cama, y dos veces más dura.”
( En la cocina)
Calpurnia
Ya estás otra vez aquí cogiendo de la comida que os estoy preparando para todos y descolocando todo lo que acabo de recoger. Eres muy mal educado.
Narrador
Pero si solo he cogido un trozo de pan que estaba encima de la mesa y un vaso con agua.
Calpurnia
Fuera de la cocina ahora mismo. Cada día me das más trabajo. Ya podías ser como tu hermano Jem que está tranquilo en el salón leyendo un libro.
( Entra Atticus)
Atticus
Pero bueno,¿se puede saber que haces aquí todos los días molestando a Calpurnia?
Narrador
Pero si yo solo…( Le interrumpe Atticus)
Atticus
No me cuentes películas y deja trabajar a nuestra cocina como es debido. ( Le señala la puerta con la mano)
( El narrador se dirige a su habitación con la cabeza mirando hacia el suelo)
“Calpurnia vencía siempre, principalmente porque Atticus siempre se ponía de su parte. Estaba con nosotros desde que nació Jem, y yo sentía su tiránica presencia desde que me alcanzaba la memoria."